Sigue soñando con los breves momentos que compartieron y que quedaron grabados a fuego en su cuerpo y en su memoria, aunque las imágenes estén cada vez más difuminadas en su recuerdo. Ni siquiera sabe si le volverá a ver y, aun en el caso de que esa incertidumbre se convierta en certeza, por no saber no sabe nada. Ni siquiera podría decir ni cuándo, ni cómo, ni dónde. Solo sabe que es feliz por saber que existe y que está en algún lugar, aunque no pueda estar con él.
Algunos días se despierta con la tristeza colgada de su pecho y con la seguridad de que debería dejar ir ese sentimiento porque no la lleva a ninguna parte. Otros le siente más cerca y desde la distancia le dice palabras que esa mañana de primavera dicen las rosas de la ventana al ver el sol nacer. Como si él pudiera oírlas y desde lejos pudiera o quisiera contestar a ellas.
Recuerda los días, pocos, en los que podía decirle: "Buenos días, amor, tal como las rosas espero siempre verte". Deja notas olvidadas que no reciben respuesta: "Más diría a los ojos si al menos una vez vieran los míos". En ellas le dice que no le mire así, porque habla con la mirada y dice cosas que no deberían ser dichas en voz alta, que sólo puede pronunciar dentro de sí misma y dejar escritas en trozos de papel.
No sabe si habrá un mañana, por eso vive la vida intensamente diciéndose: "Un día ha de ser el día en el que las rosas se junten para verme con mi amor". Esas rosas que saludan al sol desde la ventana cuando sus rayos empiezan a despuntar en esa mañana de primavera que trae de nuevo una ilusión imaginada. Porque también se puede amar sin ser querida.