Seas quien seas, estés donde estés, algún día podría decirte al oído, suavecito, todo lo que dice esta canción. Quizá en la penumbra a la luz de las velas. Quizá en una playa portuguesa, bajo la luz del sol de un atardecer sobre las aguas del océano Atlántico.
Te diría que no sé qué más tiene que pasar en el mundo para dirigir tu corazón hacia mí, qué cantidad de lágrimas tengo que dejar caer o qué flor tiene que nacer para ganar tu amor. Porque, aunque te espero desde hace tiempo, no te encuentro. No llegas a mí. Nunca tuve a quién dirigirme así. Quizá nunca lo tenga.
También te susurraría al oído que por ese amor lo haría todo, recitaría los poemas más bellos del universo, todo ello lo haría a ver si te convenzo de que mi alma nació para ti. Pero esto no es posible, no tengo esa oportunidad, solo me queda tener paciencia y esperar. Hará falta un milagro para que mi corazón se alegre, y juro que no voy a desistir, llueva o haga sol, porque necesito de ti para seguir. Difícil de comprender, lo sé, cuando piensas que es esperar sin saber a quién, ni cuándo ni dónde.
Aun así, no dejo de pensarte, a pesar de no saber de ti, ni dejo de decirme a mí misma que ojalá pudiera abrazarte en otoño, verano y primavera. Pensarás que todo esto que digo es quizá vivir además una quimera, pero me ojalá pudiera tener suerte y ganar tu corazón.
Y al mismo tiempo que escribo estas palabras, pienso que hará falta una tempestad para que te des cuenta de que mi amor es de verdad. Cada día, sin darme cuenta ni pretenderlo, te busco en los rincones de la ciudad, en las luces de las farolas, en los meros mortales como nosotros.
Al final, después de decirte todo esto muy bajito, quizá cantando esta canción, esperaría que entendieras que mi amor es puro, es tan grande y resistente como un baobab. Y que por ti voy donde nunca iría, porque tú me haces más valiente de lo que soy, y soy lo que nunca sería, porque solo por existir me haces querer ser mejor persona.
Por el momento, solo puedo escuchar esta canción, cantarla bajito para mí y pensar en el día en el que, seas quien seas, estés donde estés, pueda compartirla contigo y susurrártela al oído.
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